Aquellas cuyas carnes surcan el mar y la celulitis
invadidas por arrugas de algas,
de pelos teñidos por la espuma
y ojos tan hundidos como sus vidas.
Ya se ahogaron los últimos rayos de sol
y las miradas que les dedicaron todos, hombres y humanos.
Fueron envejeciendo y sus cuerpos cambiaron
y hoy las aguas se niegan a devolverles el reflejo de antaño.
No quieren ser vistas, no serán más amadas,
su voz no envolverá a ningún otro capitán,
los barcos evitarán el paso por su isla,
y al desaparecer nadie las llorará.
Pero la agonía de estas luchadoras
no es comparable a nada que conozcas,
no dura años, pero con un minuto sobra,
pues sufren en sus carnes el dolor de las sombras,
de todos los que fueron y nunca regresaron,
de la palabra olvido, de los niños amargos;
allí yacen ya, tendidas en una roca,
mientras su aliento cae al mar y forma una ola.
Luna Roja